Creo saber por qué pinto.
Hasta ahora, viví siempre a favor de la corriente, creé sin pensar en crear. Nada distinto a ducharme, a encender el ordenador o a escoger una prenda de ropa para el día. Incluso las veces que me paraba a reflexionar sobre los motivos que me hacen dibujar y pintar me sentía ridículo y, hasta cierto grado, estoy seguro de que es debido a que la pregunta carece realmente de respuesta. Inconscientemente rehuía una pregunta que me formulaba por la influencia de la sociedad. Ahora me doy cuenta de ello y, de forma igualmente involuntaria, encuentro respuesta ante la estúpida pregunta sin respuesta. Pinto porque no se hablar.
Tampoco se escribir ni se bailar, con la música siento que hago experimentos intrascendentes y no me satisface de la misma manera. Simplemente me vi envuelto en una actividad que complementaba aquello que quería expresar. De alguna manera el proceso es el siguiente: Tengo la intención de hacer un trazo, lo hago, aparece en la superficie un trazo real y eso cambia el rumbo de todo. No siempre, pero a veces, lo consigo. Aparece algo distinto, aparezco yo también ahí, aparece algo no descriptible, el dibujo siempre tiene la última palabra. La creación, mejor dicho, pero para mí solo se trata de las marcas que deja mi cuerpo.